- Biografía de Estebanico
- Estevanico y la gran odisea
- La relación entre Esteban Dorantes y Andrés Dorantes
- Estebanico y los 6 años de cautiverio
- Sigue el viaje por el corazón de norte América
- Estebanico de guía las siete ciudades de oro de Cíbola
- La muerte de Estebanico
- Estebanico no murió en Cíbola
- Si quieres conocer más sobre el papel que jugaron los españoles negros en la conquista de América
Biografía de Estebanico
Estabanico ha sido conocido por muchos de sus nombres como han sido Estebanillo, Estevanico, Esteban de Dorantes… Aunque realmente no importa cual usemos, pues todos están rodeados de misterio.
Este conquistador negro y español se sabe que empezó su vida en Azamor en el actual Marruecos y que moriría en Hawikuh, Nuevo México buscando las siete ciudades de Cíbola o quizás urdió un plan para escapar y unirse a los nativos americanos como un prodigioso chamán…
El esclavo Esteban el Moro
Las referencias que tenemos de Estebanico provienen de Cabeza de Vaca principalmente. Este explorador español lo definió como un arabe negro originario de Azamor. Aunque esto no significa que naciera en esta localidad, debido a la falta de registros se nos abren diferentes opciones sobre su origen:
- Que una caravana de esclavos lo llevara como mercancía a través del desierto al mercado de Azamor.
- Un barco esclavista portugués lo podría haber vendido en esa localidad.
- Que hubiese nacido ya como esclavo en esta región africana.
- Otra hipótesis es que fuese de origen Bereber.
De una u otra manera, Estebanico llegaría a América como esclavo de Andrés de Dorantes y con el tiempo pasaría al servicio de Antonio de Mendoza, virrey de Nueva España. Si bien se haría inmortal por ser uno de los 4 supervivientes de la expedición de Pánfilo de Narváez en la Florida.
Sus compañeros de aventura y supervivientes de los que hablaremos en otros artículos fueron:
Estevanico y la gran odisea
Como os contaba una de las mayores odiseas de la historia de América comenzó en la pequeña ciudad de Azamor, en la costa occidental de Marruecos, a principios del siglo XVI. Nuestro joven protagonista que había pasado sus primeros años junto a la costa atlántica no se podía ni imaginar el extraño futuro que el destino le tenía reservado…
Para empezar estaba el viaje a través del océano Atlántico hacia tierras y gentes desconocidas para el mundo musulmán en el que se había criado. Además quien le iba a decir que moriría como cristiano en una ciudad casi mágica.
Sin anticiparnos mucho en su aventura si que podemos decir que Estebanico destaco por saber adaptares. Debió de mostrar, un vivo interés por las costumbres de otros pueblos y un agudo oído para poder aprender los diferentes idiomas nativos con los que se iría cruzando.
Dicho todo esto, sería bautizado por sus dueños españoles con el nombre cristiano de Estébanico. El joven moro tendía probablemente unos veinte años cuando salió de África hacia el Caribe como esclavo.
La relación entre Esteban Dorantes y Andrés Dorantes
En 1527, Esteban de Dorantes estaba al servicio de Andrés Dorantes, comandante de una compañía de infantería en la expedición formada por Pánfilo de Narváez para explorar y conquistar las tierras que se extendían al oeste de Florida a lo largo del Golfo de México.
Hombre de origen bastante modesto, Dorantes había llegado al Nuevo Mundo en busca de oro y gloria. Narváez, que había pasado más de veinte años como conquistador en México, había recibido un nombramiento real como gobernador de España en Florida y estaba ansioso por tomar el control de su nuevo territorio, explorarlo y empezar a explotar sus riquezas.
Las compañías reunidas para esta empresa eran una variopinta colección de soldados de fortuna de muchas tierras, bajo el mando de oficiales españoles.
Estevanico navegando a la Florida
La expedición sufrió un contratiempo tras otro. Un huracán destruyó uno de los barcos de Narváez y dañó los demás, obligando a la partida a invernar en Cuba. Cuando volvieron a partir en febrero de 1528, tuvieron que capear tormentas aún más violentas antes de llegar a Florida.
A mediados de abril, las cuatro naves originales y un bergantín adquirido para sustituir a la embarcación perdida, con una dotación de unos cuatrocientos hombres y los 42 caballos que sobrevivieron al viaje, fondearon finalmente en la costa occidental de Florida, al norte de la bahía de Tampa.
Estébanico, que cumplía con sus funciones de criado personal de Dorantes, sin duda sintió la misma emoción que el resto del grupo al pisar por primera vez el suelo de Florida.
Los nativos de una pequeña aldea cercana les obsequiaron con pescado y carne de venado y luego desaparecieron en la noche, dejando atrás, entre sus redes de pesca, un cascabel de oro. Este hallazgo fue una señal prometedora para los españoles, ansiosos como estaban de encontrar un tesoro.
Después de que Narváez desembarcara para reclamar oficialmente el territorio en nombre del rey Carlos I de España, dividió su fuerza, llevando trescientos hombres -cuarenta de ellos a caballo- para explorar la tierra. Envió las naves hacia el buen puerto que, según sus pilotos, se encontraba en las cercanías.
La expedición de Narváez: Sin señales del oro
Tres largos y desesperados meses después, el grupo de tierra llegó a una ciudad llamada Aute. Habían atravesado pantanos y ríos y luchado con nativos poco amistosos, pero no habían encontrado ninguna señal de oro, perlas o joyas; nada, de hecho, que hiciera rentable la conquista de la zona. Tampoco vieron rastro de sus barcos.
Para entonces, más de cuarenta miembros del grupo habían muerto, algunos por hambre o enfermedad, otros víctimas de ahogos accidentales o de las flechas de los nativos. Narváez, enfermo, hambriento y desanimado, decidió abandonar la expedición y volver a la civilización.
La construcción de las barcazas para volver a casa
Sin embarcaciones que los transportaran de vuelta, los supervivientes se pusieron a construir cinco “barcazas”. Durante seis semanas trabajaron fundiendo espuelas, bridas, estribos y ballestas para hacer clavos; trenzando cuerdas con hojas de palmito y crin de caballo; y cosiendo sus camisas para hacer velas.
El 22 de septiembre de 1528, después de haberse comido todos los caballos menos uno, zarparon hacia México. Las balsas, poco profundas y sobrecargadas, tenían capacidad para unos cincuenta hombres y sus escasas provisiones.
Uno de los primeros problemas fue que las bolsas de agua hechas con patas de caballo se pudrieron en uno o dos días. Esto dejó a los hombres sin agua fresca, y con la única comida reducida a unos puñados de maíz seco.
Estébanico y su maestro, Dorantes, compartieron una balsa con el capitán de otra compañía, Alonzo del Castillo Maldonado, y 48 hombres de sus dos compañías.
“Tan grande es el poder de la necesidad que nos llevó a aventurarnos en un mar tan molesto de esta manera, y sin que ninguno de nosotros tuviera el menor conocimiento del arte de la navegación.
Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, tesorero de la expedición
Para compensar su falta de habilidad marinera, los viajeros trataron de mantener su embarcación a la vista de la tierra. Pero, debilitados por el hambre, la sed y la exposición, los hombres no podían hacer mucho más que dejar que las barcazas fueran a la deriva con el viento y la corriente.
Las corrientes del Atlántico desperdigo las barcazas
Cuando, hacia finales de octubre, llegaron a la fuerte corriente que fluye desde el río Misisipi hasta el Golfo de México, les resultó imposible mantener las barcas juntas. Una a una fueron destruidas; algunas naufragaron contra la orilla, otras -incluida la propia embarcación de Narváez- se adentraron en el mar y desaparecieron.
La embarcación de Dorantes zozobró, pero todos los que iban a bordo llegaron sanos y salvos a una isla cercana, donde se unieron a los supervivientes de la balsa comandada por Cabeza de Vaca, a quienes los nativos locales habían alimentado y dado cobijo. Tan patéticos eran los forasteros que los indios:
“se sentaron con nosotros y todos se pusieron a llorar de compasión por nuestra desgracia . . . .”
Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, tesorero de la expedición
A pesar de las muestras de amabilidad de los nativos, los españoles temían ser víctimas de algún sacrificio ritual. En cambio, los trataron “tan bien que nos tranquilizamos, perdiendo un poco el temor a ser masacrados”.
Un intento de recuperar la embarcación de Dorantes fracasó, y los dos grupos de náufragos se vieron obligados a pasar el resto del invierno en la isla, a la que apodaron Malhado, o Desgracia.
El canibalismo llegó a los náufragos
De los 80 hombres arrojados a tierra, sólo 15 sobrevivieron hasta la primavera. Agarrados por el hambre, un grupo de españoles escandalizó a sus compañeros y a sus anfitriones nativos cuando, desesperados, comieron la carne de los que habían muerto.
En abril de 1529, Andrés Dorantes reunió a los supervivientes de su barco, incluidos Estebanico y Castillo, y cruzó a tierra firme, dejando atrás a Cabeza de Vaca y sus hombres.
Estebanico y los 6 años de cautiverio
Capturados por unos nativos bastante menos amistosos que los de la isla, el grupo de Dorantes pasó los siguientes seis años realizando trabajos pesados y soportando las burlas y los golpes de sus captores. Cinco hombres que trataron de escapar fueron heridos con flechas y asesinados; otros murieron de frío y hambre, hasta que sólo quedaron Estebanico, Castillo y Dorantes.
De vuelta a la isla, Cabeza de Vaca había continuado viviendo con los nativos, trabajando como sirviente y luego como comerciante, comerciando con conchas, cuentas, tinte de ocre, pieles y otros productos.
No intentó escapar de la isla de Malhado, según informó más tarde, porque no se pudo convencer al único superviviente de su grupo, Lope de Ovieda, de que se marchara. Cuando por fin pudo persuadir a Ovieda para que fuera en busca de compañeros cristianos, Cabeza de Vaca “lo sacó, y lo llevó por las ensenadas y por cuatro ríos de la costa, ya que no sabía nadar”.
Cabeza de Vaca se reencuentra con Estebanillo
Al final y tras seis años de separación, Cabeza de Vaca se reunió con los otros restos de la expedición de Narváez: Dorantes, Castillo y Estebanico. Los cuatro hombres intercambiaron las noticias que habían recogido de los encuentros ocasionales con otros supervivientes, y poco a poco se fueron haciendo una idea del destino de sus compañeros.
Dorantes contó a Cabeza de Vaca que había intentado convencer a Castillo y a Estebanico de que se unieran a él para intentar escapar de los nativos y dirigirse a los asentamientos españoles en México, pero que se habían negado.
Al parecer, su experiencia con las balsas no se habían olvidado y eran conscientes de que habría ríos que cruzar y como ninguno de ellos sabía nadar, prefirieron quedarse donde estaban.
Pero a mediados de septiembre de 1535, con Cabeza de Vaca sumando su talento persuasivo al de Dorantes, los dos retenidos acordaron finalmente intentar la huida.
La resurrección de un muerto por Cabeza de Vaca
Al principio, los cuatro hombres viajaron con cautela, temiendo ser seguidos y asesinados por los nativos. Entonces ocurrió algo que mejoró drásticamente sus circunstancias.
Los nativos, sorprendidos por el inusual aspecto de los viajeros, concluyeron que estos hombres debían poseer poderes mágicos. Poco después de su huida, Estebanico y los tres españoles conocieron a unos hombres que pidieron que se les curara de unos fuertes dolores de cabeza.
“Tan pronto como [Castillo] hizo la señal de la cruz sobre ellos y los recomendó a Dios”, relató Cabeza de Vaca en su informe al rey español, “en ese mismo momento los indios dijeron que todo el dolor había desaparecido”.
Álvar Nuñez Cabeza de Vaca,
Habiendo funcionado el “tratamiento”, otros acudieron a los forasteros en busca de curas similares. Temeroso de lo que sucedería si sus esfuerzos fracasaban, Castillo cedió el papel de curandero principal a Cabeza de Vaca, que pronto se enfrentó a un verdadero desafío: un hombre que, según todas las apariencias, ya estaba muerto. Cabeza de Vaca rezó sobre el hombre y, como si fuera un milagro, éste se recuperó. “Esto causó gran sorpresa y asombro”, según Cabeza de Vaca, el curandero igualmente incrédulo, “y en toda la tierra no se habló de otra cosa”.
Como era de esperar, la noticia de los poderes curativos de los náufragos corrió como la pólvora. Una escolta de admiradores siguió a los hombres de pueblo en pueblo. Se les colmó de regalos -alimentos, pieles de ciervo, mantas de algodón y valiosas baratijas como cuentas de coral, turquesas, esmeraldas en forma de flecha y un gran sonajero de cobre con la figura de un rostro humano- que compartieron con sus seguidores.
Los hijos del Sol
A medida que su reputación crecía, los curanderos eran tratados con un honor cada vez mayor y se les llamaba “hijos del sol”. Sus pacientes llegaron a ser tan numerosos que los cuatro hombres tenían que ejercer de curanderos, y su reputación era tan sólida que cuando alguien moría, la gente asumía que el fallecido había ofendido de alguna manera a los curanderos y merecía su destino.
Habiendo adquirido cierta fluidez en seis lenguas nativas, que complementaban con el lenguaje de signos, los viajeros se hacían entender generalmente “como si ellos hablaran nuestra lengua y nosotros la suya”, afirmaba Cabeza de Vaca. Pero era Estebanico quien más hablaba, ya que, para preservar su influencia y autoridad, los tres españoles rara vez hablaban directamente con los nativos.
El joven moro estaba “en constante conversación” con los lugareños, averiguando en qué dirección debía viajar la partida, con qué nombres se llamaban los pueblos y tribus, y cualquier otra información que los españoles consideraran útil.
Sigue el viaje por el corazón de norte América
Al final, Dorantes y los demás, junto con sus seguidores indios, abandonaron la costa, viajando hacia el interior a través de lo que hoy es Texas y el norte de México hasta que estuvieron a pocos días de viaje del Océano Pacífico.
Aquí empezaron a tener noticias de los suyos, hasta que en abril de 1536 se encontraron con un grupo de soldados españoles que se encontraban en la zona en una expedición de caza de esclavos.
El encuentro entre los náufragos -vestidos como sus seguidores con pieles y portando grandes calabazas, decoradas con plumas en señal de su cargo- y sus compatriotas resultó bastante incómodo.
Estos últimos estaban, para desgracia de los cuatro “curanderos”, tan interesados en capturar el séquito de nativos de los viajeros como en escuchar el relato de sus aventuras. Antes de seguir adelante, Cabeza de Vaca consiguió que le prometieran que dejarían a los indios vivir en paz.
Estebanico de guía las siete ciudades de oro de Cíbola
Dorantes y los demás supervivientes no tardaron en llegar a Culiacán, en la costa occidental de México, donde las autoridades españolas les dieron una cálida bienvenida y les interrogaron detenidamente sobre el país por el que habían pasado.
Últimamente se había especulado mucho en Nueva España (México) sobre las Siete Ciudades de Oro de Cíbola, de las que se decía que estaban situadas al norte de las Montañas de Sonora, donde las calles estaban pavimentadas con oro y las paredes tachonadas de piedras preciosas.
Dorantes se ofreció a dirigir una expedición para explorar esta región del norte, pero su propuesta quedó en nada. Sin embargo, en 1539, don Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva España, autorizó una expedición de reconocimiento a Cíbola bajo la dirección de un sacerdote franciscano llamado Marcos de Niza.
Debido a su familiaridad con la gente de la región de Sonora, Estebanico recibió un nombramiento como traductor y guía de Fray Marcos. Era imposible que Marcos pudiera haber calibrado la fama de Estebanico entre los nativos.
Esto tendría consecuencias, pues estando nuestro protagonista sin sus antiguos camaradas de periplo, el recibía todos lo honores. Tanta adoración se le acabaría subiendo a la cabeza.
La procesión triunfal de Estebanico
Su viaje por las montañas de Sonora fue una procesión triunfal. Los nativos, encantados de ver regresar a uno de los grandes curanderos, se agolparon a su alrededor, ofreciéndole los regalos habituales de comida, plumas, pieles finas, turquesas y mujeres hermosas.
Se paseó orgulloso entre los aldeanos, hablando con ellos en sus propias lenguas, imponiendo sus manos a los enfermos y recibiendo sus homenajes.
Fray Marcos se sintió molesto al verse relegado a un papel secundario como hombre de Dios y líder titular de la empresa.
Cuando el grupo llegó al desierto, más allá de las montañas, sugirió que Estebanico se adelantara con algunos de sus hombres y enviara un informe de sus progresos.
Estevanico quería reputación, gloria
Estevanico aceptó de buen grado. “Pensó que podría obtener toda la reputación y el honor por sí mismo”, informó Pedro de Casteñeda, cronista de la posterior expedición del explorador español Francisco Vázquez de Coronado, “y que si descubría esos asentamientos… sería considerado audaz y valiente”.
Esteban de Dorantes se adelantó rápidamente, haciendo arreglos en el camino para que Marcos y los otros frailes fueran alojados y alimentados mientras venían detrás de él.
En el plazo de un mes, el moro había llegado a las murallas de adobe del pueblo que, según le aseguraron sus seguidores, era la legendaria ciudad de Cíbola.
Hawikuh, la más meridional de las Siete Ciudades, era un lugar poco atractivo, un simple pueblo con paredes de barro en una pequeña colina sobre un río seco. Pero Estebanico no se desanimó.
Después de informar a Fray Marcos de que había llegado a Cíbola, envió a uno de sus hombres al pueblo con su maza ceremonial para informar a los habitantes de Zuñi de que era el representante de un gran rey blanco del otro lado del mar, al que Cíbola estaría ahora sometido y cuyo Dios adorarían en adelante. Había venido, dijo, para recibir su tributo.
Los habitantes de Cibola no se dejaron impresionar
Los cibolanos no se dejaron impresionar. Al no haber tenido contacto con los ejércitos de España, no los temían. Cuando se encontraron con Estebanico, pensaron que “no era razonable decir que la gente era blanca en el país de donde venía y que él era enviado por ellos, siendo él negro”. Y sospecharon que podía ser un espía de algún ejército invasor, tal vez de Chichilticalle, la tierra al sur del desierto de la que procedían muchos miembros de la escolta de Esteban de Dorantes.
Más tarde se rumoreó que esos seguidores habían sido su perdición. En algún momento del viaje, se decía, había matado a una mujer chichilticalle, y aunque su fama de gran curandero impedía a los familiares de ésta vengarse directamente, no tenían inconveniente en permitir que unos desconocidos se arriesgaran a la ira del cielo tratándolo como a un simple mortal.
Informaron a los zuñis de que era un hombre malvado, que agredía a sus mujeres. Los zuñis encerraron a Estevanico en una cabaña mientras debatían qué hacer con él.
La muerte de Estebanico
Los cronistas recibieron relatos contradictorios sobre lo que ocurrió después. Quizás Estbanico entrase en pánico e intentara escapar. Sea como fuere, el aspirante a conquistador murió abatido por las flechas de los zuñis mientras huía del pueblo.
Toda la escolta de Estebanico menos el mejor amigo del moro, que se quedó como rehén- pudo salir del pueblo con relativa seguridad. Volvieron corriendo a Fray Marcos con un relato frenético del asesinato de Estebanico y su propio roce con la muerte.
Algunos sangraban y todos estaban muy excitados. Su historia alarmó tanto al fraile que se dio la vuelta inmediatamente y regresó a México. Entregó todos sus bienes comerciales a la escolta nativa, que temía que se volviera contra él.
Fray Marcos el gran engañado y casi linchado
Fray Marcos, que sólo había visto de lejos a Cíbola, relató al virrey los informes que había recibido indicando que la ciudad era tan rica como se había rumoreado.
En 1540, Marcos acompañó a Coronado cuando éste dirigió una gran fuerza armada para conquistar la legendaria ciudad. Los hombres de Coronado tomaron el pueblo con facilidad, a pesar de sus robustas murallas y sus valientes defensores. Sin embargo, se sorprendieron al descubrir que la riqueza de la ciudad se limitaba a maíz y frijoles.
Coronado envió a Fray Marcos de vuelta a México para protegerlo de la ira de los decepcionados soldados, que habían esperado grandes riquezas. Luego, tras rescatar al rehén y conocer los detalles de la muerte del moro, él y su grupo siguieron adelante, explorando metódicamente la región desde el Gran Cañón hasta lo que hoy es el centro de Kansas, y hasta la desembocadura del río Colorado.
Aunque aportaron mucho al conocimiento de los cartógrafos europeos sobre el interior de Norteamérica, los miembros de la expedición no encontraron rastro alguno de la legendaria riqueza de Cíbola.
Nadie sabe dónde está enterrado Estebanico. Ni siquiera se conoce el paradero de Hawikuh, Esta ciudad de “Cíbola” fue abandonada en 1670 tras una serie de guerras que los zuñis libraron contra los españoles y los apaches.
Pero la historia del moro, registrada con todo lujo de detalles por sus compañeros exploradores -Cabeza de Vaca, Fray Marcos, Coronado y Pedro de Casteñeda- perdura como una de las grandes aventuras del Oeste americano.
Estebanico no murió en Cíbola
Es sabido que Cortés fue el primero en desconfiar de fray Marcos, incluso antes de que se desvelase lo falso de su testimonio. Aún así, no debemos olvidar las instrucciones que el virrey Antonio de Mendoza dio a fray Marcos:
“[ll] evaréis con vos á Esteban de Dorantes por guía, al cual mando que obedezca en todo y por todo lo que vos le mandáredes, como á mi misma persona: y no haciéndolo así, que incurra en mal caso y en las penas que caen los que no obesdecen á las personas que tienen poder de S. M. para poderles mandar”
Antonio de Mendoza
Pero estas órdenes nunca se cumplirían porque Esteban de Dorantes, que iba en compañía de indios libertos, nunca obedeció. No tenía nada que perder.
Estebanico era esclavo del virrey
Esteban pasó de esclavo de Dorantes a serlo del virrey, y sin visos de poder conseguir su libertad. Sólo recibía amenazas en caso de no cumplir lo que el virrey, su nuevo amo, le ordenaba.
Sus amigos indios, con los que se podía comunicar mejor que nadie por conocer su lengua, se encargaron de representar la farsa de su muerte hasta convencer al inocente y cobarde fray Marcos.
Este asustado, no tardaría en volver a informar al virrey y al obispo Juan de Zumárraga de las “fabulosas” ciudades que él decía que había visto.
La supuesta muerte de Esteban fue una treta utilizada por él y por sus amigos indios para que éste consiguiese su libertad y para que fray Marcos no descubriese el fraude de las Siete Ciudades. En otras palabras, todos los testimonios o referencias a la muerte de Esteban son desde el principio, de segunda mano y fruto de un montaje.
Al final de todo, Esteban el Moro, fue el más listo y se ganó su libertad.