- Biografía de Catalina de Erauso
- Resumen de sus gestas más impresionantes de la monja Alférez
- Su vida como hombre
- Una vida predestinada
- A los 15 años escapa del convento
- Su padre preocupado la buscaba
- Catalina se hace grumete
- Catalina se convierte en el soldado Francisco
- Erauso llega a la actual Bolivia
- La monja alférez en la guerra de la Araucanía
- Catalina a punto de abrazar a la muerte
- En busca del Papa de Roma
- ¿Camino a una nueva vida o a la muerte?
- La muerte de Catalina de Erauso
Biografía de Catalina de Erauso
Catalina de Erauso ha pasado a la historia por tener una vida llena de intrigas, de dudas y sobre todo… por no dejar a nadie indiferente. El nombre más común por el que se la conoce es “la monja alférez” y sus aventuras tuvieron lugar entre los años 1592 y 1650.
Dentro de sus múltiples peripecias se cuentan que huyó de un convento y, disfrazada de hombre, alcanzó la graduación de teniente en el ejército imperial español en Hispanoamérica. Tras esto regresó a España donde sus hazañas fueron inmortalizadas.
Nació como Catalina de Erauso el 10 de febrero de 1592 (algunas fuentes citan 1585), en San Sebastián, en el norte de España. Se da por desaparecida y dada por muerta en México en Veracruz alrededor del 1635 ( aunque algunas fuentes citan que sobrevivió en México hasta 1650).
Era hija de Miguel de Erauso y María Pérez de Galarraga y Arce. Recibió su educación en el convento de dominicas de San Sebastián el Antiguo, hasta los 15 años. Es destacable que nunca se casó y que no tuvo hijos.
Resumen de sus gestas más impresionantes de la monja Alférez
Escapó del convento, se hizo pasar por un hombre y trabajó como contable y paje (1607). Tras esto huiría a América como “grumete” y se convirtió en soldado de fortuna en Perú, Bolivia, Chile y Argentina (a partir de 1608).
Al final reveló en confesión que era mujer en 1623. Tras esto y ser conocida su historia, regresaría a la España peninsular, donde fue recibida por su majestad el rey. Éste asombrado por su historia, le concedió una pensión militar vitalicia. Su contacto con las más altas instancias no acabaría ahí, pues llegó a visitar al Papa (1625).
Dentro del ámbito literario, se conoce que colaboró con Juan Pérez de Montalván en la escritura de un drama basado en sus aventuras entre 1626-27. Tras esta etapa de su vida regresaría a la Nueva España en 1630.
Su vida como hombre
Disfrazada de hombre, Catalina de Erauso, la legendaria “monja-señora”, acuchilló a sus rivales, mató a soldados y se abrió camino hacia la aceptación e incluso la popularidad en la sociedad española del siglo XVII, al menos tuvo suerte de nacer en España y no en una nación protestante en la que probablemente li hubieran dado muerte en lugar de una paga.
Lo que sabemos de la vida aventurera de esta fugitiva novicia nos llega filtrado por los sesgos culturales de su siglo. Aun así, Erauso emerge como una de las mujeres españolas más rebeldes de todos los tiempos.
En la historia de su vida es difícil separar los hechos del mito, la verdad de la ficción. Incluso el volumen que apareció como su autobiografía, 200 años después de que se afirmara que fue escrito, puede ser apócrifo, y su muerte está rodeada de misterio.
Muchas de las aventuras que se le atribuyen pueden ser una mezcla de las vidas de varios personajes históricos. Pero de lo que si podemos estar seguros es que si que hubo una Catalina de Erauso real, y el núcleo de su historia es real como la vida misma.
Una vida predestinada
El destino de Catalina de Erauso estaba decidido, en cierta medida, mucho antes de su nacimiento. Su padre era un soldado que servía en Flandes. Cuando fue herido gravemente en batalla hizo un voto a la Virgen de Atocha. Este soldado que no las tenía todas consigo prometió casarse, si sobrevivía a sus heridas, y que todos sus hijos servirían en el ejército, mientras que todas sus hijas se convertirían en monjas.
Unos años más tarde, en 1592, Catalina nació en la ciudad costera de San Sebastián, en el norte de la región vascongada, y pasó la mayor parte de su infancia, junto con sus tres hermanas mayores, internada en el convento dominico de San Sebastián el Antiguo. Algunas fuentes indican que su vida de clausura pudo comenzar a los cuatro años.
A los 15 años escapa del convento
Desde el principio, Catalina se rebeló contra las restricciones de la vida conventual. A los 15 años, tras una violenta disputa con una monja mayor, escaló el muro del convento y escapó, llevándose parte del dinero del convento. Vivió del campo, comiendo raíces y bayas silvestres durante tres días antes de acercarse a un campesino para suplicarle un par de pantalones. Entonces, según su autobiografía:
“Me corté el pelo y lo tiré, y la tercera noche me puse en marcha no sé dónde, recorriendo caminos y bordeando pueblos para llegar lejos”.
Catalina de Erauso
Al llegar a la ciudad de Vitoria, Erauso se presentó como Francisco de Loyola, nombre que utilizaría durante los siguientes años. Encontró empleo como mensajero, y luego como contable para un comerciante de Vitoria.
Al cabo de dos años, partió en busca de aventuras, vagando por el norte de España hasta que volvió a buscar trabajo en la ciudad de Valladolid, como paje en la mansión de Juan Idiáguez, secretario del rey de España, Felipe III.
Su padre preocupado la buscaba
Idiáguez quedó tan impresionado por los modales y la inteligencia de la “jovencita” que nombró a Catalina paje especial para recibir visitas. Llevó el uniforme de trenzas y botones dorados con alegría, hasta el día en que tuvo que anunciar a un nuevo invitado, su padre, que había venido a pedir ayuda a su viejo amigo Idiáguez para localizar a su hija fugada. Sin ser reconocida, Erauso envolvió sus pocas pertenencias en un fardo y se escabulló esa noche.
Catalina se hace grumete
De regreso a San Sebastián, su ciudad natal, Erauso se escondió en casa de una tía que protegió su secreto mientras la joven decidía si se daba a conocer a sus padres. Tras varios meses, su necesidad de libertad se impuso y se dirigió al sur, a la ciudad costera andaluza de Cádiz, donde se enroló como “grumete” en la marina española.
A los 19 años se embarcó hacia México, soñando con la conquista y la conversión de los indios “paganos” al cristianismo y la protección que la espada proporcionaría a aquellos que abrazaran la fe. Años más tarde su Santidad el Papa Urbano VIII se asombró al saber de su historia y tuvo la gentileza de darle permiso para seguir vistiendo de hombre, instándole a vivir con rectitud en el futuro, a no herir al prójimo y a temer la venganza de Dios respetando su mandamiento: no matarás.
El barco desembarcó en Veracruz, donde Erauso, fiel a su naturaleza, desertó de la marina para unirse al ejército español, que prometía más desafíos y más riesgos. La empresa imperial española estaba entonces en pleno apogeo, con ejércitos repartidos por todo México y América Central y del Sur.
Además de ampliar los territorios virreinales, los soldados imponían la voluntad política y religiosa de la monarquía española a las naciones indígenas rebeldes.
Catalina se convierte en el soldado Francisco
Como el soldado “Francisco”, Erauso recorrió toda Sudamérica, ganando reputación tanto por su valor como por su habilidad en la batalla. También se ganó la reputación de ser algo así como un playboy, cortejando a varias mujeres y encontrándose no pocas veces en duelos con sus rivales.
Al parecer, Erauso era propenso a la violencia y casi imbatible en el manejo de la espada, y en una ocasión fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de dos jóvenes. Según cuenta la historia, se escapó rápidamente tomó un barco hacia el sur, hacia Perú, y volvió a encontrar trabajo con un comerciante.
Allí, en una de sus frecuentes visitas al teatro, se molestó por la actitud de un tal señor Reyes, y la pelea a cuchillo que se produjo le envió al hospital y a Erauso de nuevo a la cárcel. Liberada con la ayuda de su patrón, abandonó el Perú para alistarse con las tropas que participaban en la conquista de Charcas, región que corresponde aproximadamente a la actual Bolivia.
Erauso llega a la actual Bolivia
En Charcas, Erauso se convirtió en ayudante militar del capitán Recio de León y adquirió fama de hábil y feroz combatiente indígena. Al final de la campaña militar, volvió a encontrar empleo con un rico comerciante, pero su carácter agresivo la llevó de nuevo a involucrarse en una serie de incidentes violentos, aunque posiblemente apócrifos.
Algunos relatos insisten en que en ese momento mató a uno de sus propios hermanos en un duelo antes de darse cuenta de quién era. En otra historia, tras amenazar al alcalde de una pequeña ciudad en una partida de cartas, huyó a La Paz, donde desafió a un funcionario local y, al parecer, lo mató en un duelo. Normalmente, esto habría supuesto la muerte en la horca, pero Erauso fue condenada a cadena perpetua debido a su juventud.
En la cárcel, nos dicen, “Francisco” recibió visitas de una viuda rica, que le proporcionó un puñal, una baraja y una botella de licor local que utilizó para sobornar a su carcelero y escapar. Poco después, en julio de 1615, se encontraba a bordo de un galeón de la Armada española frente a las costas del Perú, luchando bajo el nombre de Alfonso Díaz Ramírez de Guzmán, contra la flota holandesa. Según el autor peruano Ricardo Palma, fue la única superviviente española de la batalla.
La monja alférez en la guerra de la Araucanía
Al llegar a Lima, Erauso se unió a las tropas que se dirigían al sur de Chile para participar en una de las campañas más peligrosas de la conquista española, conocida como la Guerra de la Araucanía. Los indios araucanos eran reconocidos guerreros que vivían en el extremo sur de América.
España nunca llegó a conquistarlos, pero si una integración tras más de un siglo de luchas. Erauso estaba destinada en el Fuerte Paincaví, en la gélida región chilena de Purén, y la autobiografía que se le atribuye contiene una descripción de su papel en una batalla clave, que le valió el grado de teniente:
“En el último combate llegaron sus refuerzos, las cosas se pusieron feas para nosotros, y mataron a muchos de nuestros hombres y a algunos capitanes… y capturaron nuestra bandera. Al ver que se la llevaban, yo y dos hombres montados galopamos tras ella en medio de la multitud, pisoteando, matando y recibiendo duros golpes. Uno de los tres pronto cayó muerto; los dos seguimos adelante y llegamos a la bandera, cuando mi camarada fue abatido por una lanza; yo recibí una fea herida en la pierna, maté a un cacique que llevaba el estandarte, se lo volví a arrebatar, y puse espuelas a mi caballo, pisoteando, matando e hiriendo sin parar, pero yo mismo quedé malherido, atravesado por tres flechas”.
La monja Alférez
En los escritos que se le atribuyen, Erauso describe muchas horas deambulando sola por los bosques del sur de Chile. Aquí, como en otros lugares era un alma solitaria, además de una feroz patriota y soldado. Se sabe por ella que durante este período fue aparentemente muy feliz. Pero en un incidente típico, jugando a las cartas con otros soldados, clavó el mismo puñal que le había dado la viuda boliviana en la mano de un compañero tramposo.
Estando aún en la frontera sur de Chile, Erauso sufrió una herida en el hombro que no se curó y fue enviada a la ciudad de Concepción. Después de recuperarse, se le asignó la tarea de dirigir una fuerza de 25 hombres de vuelta al Fuerte Paincaví, donde la guerra con los araucanos había llegado a un punto crítico. En una de las batallas, se dice que Catalina cambió las tornas al capturar a un jefe llamado Guipihuanche, que arrastró de vuelta al fuerte y lo colgó.
Una vez que los españoles hicieron las paces con los araucanos, Erauso se quedó sin mando y se vio abocada a una degradación y a un puesto de avanzada en el Fuerte Arauco. Ante esta perspectiva prefirió abandonar su puesto.
Con otras dos personas, viajó hacia el norte y, al parecer, cruzó la cordillera de los Andes hasta Argentina. Sus compañeros murieron a causa del hambre, la sed y las gélidas temperaturas, pero Erauso llegó a Tucumán.
Pronto regresó a Perú, donde se alistó de nuevo en el ejército, pero se vio afectada por una terrible fiebre. Convencida de que estaba en el lecho de muerte, llamó a un sacerdote para confesarse y reveló su verdadera identidad por primera vez desde que salió de España.
Catalina a punto de abrazar a la muerte
Ante el sacerdote, Erauso declaró que siempre había sentido:
“Una especial inclinación a tomar las armas en defensa de la fe católica, y a emplearse en el servicio de su majestad”.
Catalina de Erauso
Creía que su destino era ser soldado, independientemente de lo que dictaran las normas sociales, y también insistió en que se había mantenido virgen. Después de que dos matronas certificaran que era “una doncella entera, como el día en que nací”, fue abrazada por el sacerdote, que la declaró una persona notable, y luego le hizo prometer que, si se recuperaba, volvería con su familia en España.
Se recuperó y, estando aún en Perú, fue recibida por el arzobispo, que alabó su valor y lealtad a la corona española. El día del Corpus Christi, ante el entusiasmo de la opinión pública por saber que el tristemente célebre Alfonso Ramírez era en realidad una joven monja fugada de un convento, Erauso acompañó al arzobispo en la procesión, vestida de monja clarisa con su espada al lado.
La monja señora había pasado dos años en un convento de Lima cuando llegó la noticia de la madre superiora de San Sebastián de que Catalina de Erauso no había hecho nunca los votos religiosos. Aconsejada por las autoridades eclesiásticas locales para que regresara a España, Erauso partió como una celebridad.
En busca del Papa de Roma
Sin embargo, de vuelta a Europa, algo preocupada por el estado de su alma, decidió viajar a Roma en busca de orientación religiosa. Fue detenida en Italia, acusada de ser una espía española, le robaron sus documentos oficiales y estuvo en la cárcel durante 50 días antes de ser liberada.
Descalza y sin fondos, se dirigió a Toulouse, Francia, donde un amigo, el conde de Gramont, le proporcionó dinero y un caballo para llegar a España. En Madrid, probablemente con 33 años, Erauso consiguió una audiencia con el rey Felipe IV, que quedó tan impresionado por sus aventuras que en agosto de 1625 le concedió una pensión militar vitalicia en honor a sus servicios.
Siempre inquieta, Erauso viajó de nuevo a Italia y, acompañada por varios cardenales de la Iglesia Católica, tuvo una audiencia con el Papa Urbano VIII. Sus aventuras pasadas recibieron la bendición del Vaticano y la autorización del Papa para vestirse con ropa de hombre siempre que lo deseara.
Según su relato biográfico,
“mi caso se hizo notorio en Roma, y me vi rodeada de una notable multitud de grandes personajes, príncipes, obispos y cardenales. Todas las puertas se me abrieron”.
Catalina de Erauso
Cuando un cardenal declaró una vez que el único defecto de Erauso era que era española, ella respondió: “Eminencia, creo que eso es lo único bueno que tengo”.
Erauso pudo establecerse durante un tiempo en Nápoles, donde escribió la autobiografía titulada La historia de la monja alférez. Según la tradición, el manuscrito quedó en Italia. Muchos años después de su muerte, un español acaudalado y culto, Joaquín María Ferrer, dijo haber descubierto la copia original de sus memorias.
Ferrer publicó la autobiografía en París en 1829. La mayoría de los estudiosos creen que este libro no es la versión original de Erauso, sino una basada en el conocimiento de primera mano del manuscrito original o de los relatos que habían circulado por España durante muchos años.
A su regreso a España, la monja alférez se instaló en La Coruña, donde conoció al escritor Juan Pérez de Montalván, discípulo del célebre dramaturgo español Lope de Vega. Montalván escribió un drama basado en las historias que le había contado Erauso, y la obra se hizo popular en toda la Península Ibérica. Por esta época, el pintor español Pacheco hizo un retrato de Erauso, que la muestra alta y delgada, de complexión oscura, con ojos negros y animados y una cierta elegancia marcial en su postura. El cuadro está colgado en la Galería Schepeler de Aix-la-Chapelle (Francia).
Catalina de Erauso decidió no volver a visitar a sus padres y otros familiares. En su lugar, cansada de la vida sedentaria en La Coruña, pidió al rey permiso para volver a América y dedicarse a los negocios en una de las muchas ciudades que conocía bien.
¿Camino a una nueva vida o a la muerte?
El rey accedió y Catalina, ahora con el nombre de Francisco de Erauso, se embarcó hacia México en 1635. El viaje fue duro y el barco llegó a la ciudad portuaria mexicana de Veracruz en medio de una terrible tormenta. Un grupo de oficiales decidió desembarcar a pesar de los peligros, y Erauso pidió acompañarles. Luchando contra el torrente, la pequeña embarcación de desembarco llegó finalmente a la orilla, pero cuando el capitán pasó lista se descubrió que Francisco de Erauso había desaparecido.
La tripulación del barco, asumiendo que Erauso se había ahogado, rezó por su alma. A partir de ese momento, todo rastro de Catalina de Erauso desapareció de los registros oficiales españoles. Algunos han pensado que se suicidó; ciertamente existe la posibilidad de que huyera de nuevo para establecer una nueva identidad, ya que gran parte de su vida había sido una lucha por mantener la autonomía y el anonimato.
También cabe destacar que muchos detalles de la vida de Catalina de Erauso reflejan la tradición picaresca tan importante en la literatura española. En el género picaresco, un protagonista masculino o femenino recorre su país, o el mundo, viviendo aventuras humorísticas, fantásticas o escandalosas. El pícaro es una especie de antihéroe que vive de su ingenio, sirve a muchos amos y suele acabar próspero y respetado tras un periodo de dificultades y rebeldía juvenil.
También es cierto que la picaresca evolucionó a partir de las aventuras reales de personas que se rebelaron contra las restricciones sociales de una sociedad muy estructurada y sobrevivieron gracias a su ingenio y agilidad. Las historias de la monja señora encajan en ambos aspectos de la tradición literaria.
La muerte de Catalina de Erauso
No cabe duda de que su historia se ha potenciado, y que la “monja alférez” es ahora materia de leyenda. En 1635, como corresponde a una leyenda, desapareció en las tinieblas de una noche tempestuosa. Según algunos relatos, vivió otros 15 años en el pequeño pueblo mexicano de Cotaxtla, donde murió en 1650 a la edad de 58 años.
El obispo de Puebla, monseñor Palafox, creyó que la mujer que enterró allí era la monja alférez, y en su lápida se grabaron estas palabras “Aquí yace una mujer valiente y cristiana”. Sea cual sea su final, Catalina de Erauso queda como ejemplo de una mujer española que parecía destinada por nacimiento y sociedad a pasar su vida en un convento, pero que eligió su propio camino hacia la gloria militar y las aventuras que abarcaron dos continentes.
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Referencias:
- Biblioteca de la Universidad de Salamanca.
- Artículo en revista la Universidad Nacional del Litoral.