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Tras la última frontera

Antonio de Berrío: El Último Caballero del Dorado y la Conquista de la Guayana

  1. Primeros Años y Formación Militar
  2. Herencia y Obsesión: La Búsqueda de El Dorado
  3. Primera Expedición: El Inicio del Mito
  4. Fundación de San José de Oruña y la Segunda Expedición
  5. La Tercera Expedición y el Asalto de Walter Raleigh
  6. La Fundación de Santo Tomé de Guayana y el Último Viaje
  7. La Muerte de un Guerrero y el Legado de El Dorado
  8. Conclusiones

Antonio de Berrío, nacido en Segovia en 1527, es un nombre que resuena en las historias de la conquista española de América. Explorador, gobernador y veterano militar, su vida estuvo marcada por una obsesión que definió su destino: encontrar El Dorado, la mítica ciudad de oro. Aunque menos conocido que otros conquistadores como Francisco Pizarro o Hernán Cortés, Berrío dejó una huella significativa en la historia de Venezuela y Colombia al fundar ciudades y emprender arriesgadas expediciones en los territorios más implacables del continente americano.

Primeros Años y Formación Militar

Antonio de Berrío comenzó su carrera militar al servicio del rey Carlos I con tan solo 14 años. La dureza de los Tercios españoles en Flandes le sirvió de escuela, participando en importantes batallas como la toma de Siena bajo el mando del duque de Alba. Tras sus campañas en Europa, Berrío luchó en el norte de África contra los bereberes y, más tarde, sofocó la rebelión de las Alpujarras, enfrentándose a los moriscos sublevados en las sierras de Granada. Como recompensa a su valentía, fue nombrado gobernador de las Alpujarras, donde demostró su destreza tanto militar como administrativa.

Imagen de Alonso de Berrio en la selva Americana

Herencia y Obsesión: La Búsqueda de El Dorado

En 1580, Berrío cruzó el Atlántico hacia América tras heredar los títulos y las propiedades de su tío político, Gonzalo Jiménez de Quesada, el fundador de Bogotá. Pero lo más importante que heredó fue la misión de buscar El Dorado, la ciudad dorada que obsesionó a los conquistadores durante generaciones. Berrío, ya con 53 años, se lanzó a una empresa que le exigiría toda su experiencia militar y resistencia física, dispuesto a desafiar la selva y a las tribus indígenas para encontrar la riqueza prometida.

El territorio que gobernaba era vasto y prometedor: 400 leguas cuadradas entre los ríos Pauto y Papamene, un territorio que la Audiencia de Santafé le había concedido en 1582. Esto le hizo soñar con gloria y un posible título nobiliario, quizá hasta un marquesado que le situara a la altura de figuras como Hernán Cortés o Pizarro.

Primera Expedición: El Inicio del Mito

En enero de 1584, con 80 hombres a su mando, Antonio de Berrío inició la primera de sus expediciones hacia El Dorado. Exploró los ríos Meta y Tomo, adentrándose en el Orinoco y en las estribaciones del escurridizo Escudo Guayanés. La densa selva, la falta de víveres y las constantes lluvias tropicales los obligaron a regresar a Tunja después de diecisiete meses de dificultades. Sin embargo, los rumores de la Laguna de Manoa y de las amazonas guerreras avivaron la esperanza de Berrío, que no estaba dispuesto a rendirse.

Fundación de San José de Oruña y la Segunda Expedición

En 1587, Berrío volvió a intentarlo. Esta vez se embarcó en una segunda expedición que duró más de dos años, durante la cual exploró el Alto Orinoco y los peligrosos acantilados del Escudo Guayanés. Frustrado por los obstáculos naturales y la hostilidad de los indígenas, regresó sin haber encontrado el ansiado reino dorado. Pero en lugar de darse por vencido, Berrío fundó la ciudad de San José de Oruña en Trinidad, convirtiéndola en una base estratégica para sus futuras exploraciones.

A lo largo de estos años, Antonio de Berrío demostró ser un líder incansable, pero la fiebre de El Dorado estaba lejos de aplacarse, y sus aventuras apenas comenzaban.

La Tercera Expedición y el Asalto de Walter Raleigh

En 1590, Berrío lanzó su tercera y más ambiciosa expedición. Esta vez, acompañado de su hijo Fernando de solo 13 años, se dirigió hacia el Orinoco, navegando hasta el Caroní, donde creyó haber encontrado el paso hacia El Dorado. Sin embargo, el destino tenía otros planes. Mientras esperaba refuerzos en Trinidad, su base fue atacada por el corsario inglés Walter Raleigh, quien también estaba obsesionado con la leyenda dorada. En 1595, Raleigh capturó a Berrío y lo obligó a guiarle por el Orinoco en una búsqueda infructuosa. Al final, Raleigh no halló oro y Berrío fue liberado en las costas de Cumaná, pero la humillación del asalto inglés quedó grabada en la memoria de todos.

La Fundación de Santo Tomé de Guayana y el Último Viaje

En 1596, Antonio de Berrío, ya envejecido y enfermo, fundó Santo Tomé de Guayana (hoy Ciudad Guayana) cerca de la confluencia del Caroní y el Orinoco. Pero la ciudad nunca floreció como él esperaba. Los constantes ataques indígenas, las enfermedades tropicales y la falta de recursos minaron las esperanzas de su poblamiento. Con más de 70 años y el peso de las derrotas, Berrío organizó su última expedición, pero los conflictos con otros gobernadores le impidieron ir más allá de Venezuela.

La Muerte de un Guerrero y el Legado de El Dorado

Antonio de Berrío murió en 1597 en la ciudad que él mismo había fundado. Poco después, su hijo Fernando de Berrío continuó con la búsqueda de El Dorado, heredando la misma obsesión que había consumido a su padre. La leyenda del Dorado, sin embargo, seguiría atrayendo a soñadores y conquistadores mucho tiempo después de la muerte de Berrío, y sería Walter Raleigh, desde la Torre de Londres, quien popularizaría las historias sobre el anciano conquistador español en sus crónicas.

Conclusiones

Antonio de Berrío encarna el arquetipo del conquistador obsesionado, dispuesto a sacrificarlo todo por un sueño imposible. Su vida fue un reflejo de la ambición y las ilusiones que impulsaron la conquista española, pero también de las tragedias que esta trajo consigo. Aunque nunca encontró la ciudad de oro, su legado persiste en las ciudades que fundó y en las historias de los exploradores que siguieron sus pasos.