- Breve de Biografía de Diego de Nicuesa
- Diego de Nicuesa y la España de la época
- Los favoritos del Obispo Fonseca
- Diego de Nicuesa recibe la gobernación de Veragua
- Provisiones para 800 hombres
- La expedición de Tierra Firme
- El Virrey Diego de Colón y la gobernación del Darien
- El fracaso de la expedición de Diego de Nicuesa
Breve de Biografía de Diego de Nicuesa
Diego de Nicuesa era un hidalgo culto y de modales exquisitos, natural de Torredonjimeno (Jaén), y al igual que Ojeda, había prestado sus servicios en una poderosa casa nobiliaria: nada menos que la de Don Enrique Enríquez, tío del Rey Fernando el Católico.
En 1502 llegaría a las Indias formando parte de la magna expedición, encomendada al nuevo gobernador de Santo Domingo fray Nicolás de Ovando. Tras recibir las capitulaciones para realizar las expediciones en el continente junto a Ojeda, la suerte le iría dando la espalda hasta su trágico final.
Diego de Nicuesa y la España de la época
A pesar de lo que podemos pensar, la España que se encontró Diego de Nicuesa, no estaba para nada en calma. A finales de 1507, eran convocados en Burgos los hombres más expertos en asuntos de la mar y la cartografía. Éste grupo estaba dirigido por:
- El obispo Juan Rodríguez de Fonseca.
- Américo Vespucio, quien ahora iba a ser distinguido con el cargo de Piloto Mayor,
- Vicente Yáñez Pinzón.
- Juan Díaz de Solís, sería elegido por haber viajado bajo las órdenes de los portugueses hasta el oriente que ningún español había conocido.
- El último fue el cántabro Juan de la Cosa, que junto a Rodrigo de Bastidas exploró el golfo de Uraba. Con el paso de los años, volvería a esas aguas acompañado por Alonso de Ojeda.
Uno de los objetivos principales que se acordaron en la Junta de Burgos fue la de buscar un estrecho o canal que permitiera llegar a las islas de las Especias de manera más corta y segura. Yáñez Pinzón y Díaz de Solís tenían órdenes de navegar desde el Golfo de Honduras descubierto por Colón hacia el norte y el el litoral del golfo mexicano. S e cree que llegaron más allá del norte de Tampico.
La junta decidiría al elegido
Otra importante decisión de esta famosa Junta hacía referencia a la división de los asentamientos de la Tierra Firme. Al final de una larga deliberación, esta se dividiría en favor de Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa.
A pesar de lo que todos solemos pensar, el objetivo no era precisamente el de encontrar el ansiado paso al Océano Pacífico. Por contra, la Corona le dice que deben retomar las actividades ordenadas por la junta y que desde hacía ya diez años estaban paradas.
La noticia de que la Junta de Burgos había aconsejado al monarca poner en marcha una expedición para explorar y colonizar las tierras continentales se difundió rápidamente por todos los rincones hasta llegar a oídos de Ojeda y Diego de Nicuesa.
En aquellos momentos Alonso de Ojeda residía en Santo Domingo, pero fue informado por su amigo y confidente Juan de la Cosa, quien lo representó oportunamente en las negociaciones para conseguirle el mando de la expedición.
Los favoritos del Obispo Fonseca
Nicuesa lo tuvo más fácil, pues acababa de llegar a la corte en compañía del bachiller Antonio Serrano, como procurador de los vecinos de La Española. En efecto, cuando se difundió la noticia de que la Corona preparaba una nueva empresa a las tierras americanas, no faltaron pretendientes a la jefatura, pero finalmente la corona adoptó una decisión salomónica.
Se eligiría a dos de los candidatos mejor situados: Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, ambos favoritos de Juan Rodríguez de Fonseca, «el gran hacedor de los asuntos indianos» y de Lope de Conchillos, el influyente secretario del rey Fernando.
A Nicuesa la fortuna le sonreía
Diego de Nicuesa se había afincado en Concepción de la Vega y en pocos años había conseguido lo a Ojeda se le escapaba. Disfrutaba de una fortuna valorada en torno a los 6.000 pesos de oro y era reconocido como uno de los encomenderos más ricos e influyentes de la isla.
Tenía, además, una pequeña flotilla de la que supo sacar buen provecho. En Sevilla mantenía contactos fluidos algunos de los mercaderes genoveses más importante, lo cual le ayudaron a amasar su fortuna.
La capitulación con Ojeda y Nicuesa tomar posesión de la Tierra Firme fue firmada por el reyel 9 de junio de 1508. La empresa sería privada, aunque la Corona se reservaba una estrecha supervisión sobre la misma y tendría una duración inicial de cuatro años.
Se otorgaron dos comarcas separadas para cada uno de los capitanes de la expedición: una para los territorios situados al este del golfo de Urabá y otra para los del oeste. A Alonso de Ojeda se le adjudicó la porción oriental, más tarde bautizada como Nueva Andalucía. Ésta comprendía desde el cabo de la Vela hasta la mitad del golfo.
Como señala Sauer, esta concesión confirmaba y ampliaba para Ojeda su antiguo título de gobernador de Coquibacoa (en la actual Venezuela) duplicando en extensión sus límites iniciales hasta alcanzar por occidente el golfo de Urabá.
Juan de la Cosa, el socio de Ojeda, recibió el segundo puesto de la expedición, siendo distinguido por la corona con el cargo de lugarteniente «para que en las partes donde él (Ojeda) no estuviere, sea nuestro capitán en su nombre y donde estuviere sea su teniente».
El rey se acordó de Juan de la Cosa
El Rey quiso recompensar al prestigioso piloto cantabro «por lo que había ya hecho antes en aquella costa, e porque era diestro en la mar e sabía las cosas de aquella tierra», y obligó a Ojeda a que lo llevase con él en este nuevo viaje.
Además el experimentado marino y cartógrafo recibió la confirmación de su antiguo oficio de alguacil mayor del gobernador de Urabá, obtenida el 3 de abril de 1503, por su vida y la de su heredero.
Por último el bachiller Martín Fernández de Enciso, un acaudalado encomendero de La Española dispuesto a invertir en la empresa, fue nombrado por Ojeda su alcalde mayor.
Diego de Nicuesa recibe la gobernación de Veragua
Diego de Nicuesa recibió Veragua que era la concesión más occidental, al otro lado del golfo de Urabá y que llegaba hasta el cabo de Gracias a Dios. Las expectativas en riquezas auríferas de este territorio visitado por Colón obligan a considerarlo la mejor de las dos demarcaciones.
Nicuesa no pudo ni sospechar las penalidades que le aguardarían en aquellas selvas. Veragua era el nombre de un territorio de límites imprecisos que había sido otorgado sin tener en cuenta el descubrimiento ni los títulos colombinos.
Igual puede decirse de la isla de Jamaica, también descubierta por Colón aunque todavía permanecía sin ocupar. Una cláusula de la capitulación otorgada a Ojeda y Nicuesa, que nadie ha sabido explicar hasta ahora, les concedía la gobernación conjunta de la citada isla, aunque subordinada a la autoridad de La Española en donde pronto iba a gobernar Diego Colón, el hijo del Almirante.
La empresa de la Tierra Firme pretendía la colonización definitiva de los dos territorios gemelos. La capitulación de Burgos permitía el poblamiento de las tierras de Urabá y Veragua por los hombres de Ojeda y Nicuesa.
Ambos concesionarios, Ojeda y Nicuesa, fueron distinguidos en la capitulación con el título de capitán de sus respectivos territorios. Aunque en principio, no se les asignó cargo gubernativo alguno. En estos momentos se vivía en la Corte una situación delicada.
Se había denegado a Ovando su tercera solicitud de relevo mientras que Diego Colón presionaba cuánto podía reclamando sus derechos a los territorios descubiertos por su padre, el Gran Almirante. Sin embargo, nada impidió que se creasen dos nuevas gobernaciones en las Indias.
La corona quería acabar con los privilegios de los Colón
La Corona quería rebajar los privilegios que se habían otorgado a Colón. La reina Juana de Castilla ratificó el asiento dado por su padre mediante una disposición del 9 de junio de 1508. En ésta se concedía el título de gobernador y capitán, con jurisdicción civil y criminal, para Ojeda y Nicuesa.
Dos meses más tarde, de manera repentina, Diego Colón fue nombrado gobernador de las Indias por un decreto fechado en Arévalo el 9 de agosto de 1508.
La empresa era privada y los Nicuesa debía correr con la mayor parte de los gastos de la expedición. No obstante, la corona le proporcionó ayuda en armas, alimentos y franquicias, de manera que al final la expedición supuso un desembolso considerable para las arcas reales.
Nicuesa obtuvo permiso para reclutar hasta ochocientos hombres, doscientos de la península y los seiscientos restantes de La Española. A todos ellos se les concedió por un tiempo determinado pasaje franco, alimentos y algunas piezas de armaduras para proteger sus cuerpos, a razón de un escudo de madera , un coselete o coraza ligera y una babera para cubrir boca, barba y quijada.
También se les permitió que llevasen cuarenta indios experimentados en la minería aurífera para que pudiesen adiestrar en el oficio a los indios de la Tierra Firme, así como otros cuatrocientos de las demás islas vecinas para que sirviesen a los españoles, al igual que lo estaban haciendo con los vecinos de Santo Domingo.
Jamaica y La Española se convierten en los centros logísticos de las futuras campañas
Nicuesa adquirió el compromiso de construir con su fortuna dos fortines de piedra en el territorio de su jurisdicción y otros dos similares en Jamaica en un plazo de dos años y medio. La Corona designaría como alcaldes de las fortalezas de Urabá a Silvestre Pérez y de las de Veragua a Alonso de Quiroga.
Para las de Jamaica no se tomó ninguna decisión. Estos nombramientos y la utilización de Jamaica disgustaron a Diego Colón porque lo consideraba una flagrante violación de sus derechos. Desde luego, llegado el momento se mostró escasamente colaborador con los expedicionarios y con el nuevo asentamiento de las tierras continentales y solo de mala gana apoyó con envíos ridículos y con manifiesta renuencia a los desesperados colonos del Darién.
Rápidamente, Nicuesa abandonó Burgos y se dirigió a Sevilla para comenzar el reclutamiento de las dotaciones. Había que conseguir hombres, barcos, alimentos, armas y toda clase de suministros para la futura empresa.
Nicuesa lo tuvo más fácil. Era rico y disponía de crédito entre algunos de los más importantes mercaderes afincados en Sevilla. Estos le ayudaron a preparar su expedición sin demasiados impedimentos.
Se prepara la flota en Sevilla
La expedición de Diego de Nicuesa constituye el principal empeño del año 1509 para la corona española, aparte de la flota que llevó el almirante Diego Colón a La Española.
Los preparativos dieron comienzo en la primavera de 1508, un año antes de que zarpase la expedición. El 30 de abril el rey Fernando dirigía una misiva a Nicolás de Ovando concediéndole las mercedes solicitadas por los vecinos de Santo Domingo a través de sus procuradores, Antón Serrano y Diego de Nicuesa, que habían llegado a España.
El 9 de junio de 1508 el monarca daba órdenes a los oficiales de la Casa de la Contratación para que abasteciesen de mantenimientos y de todas las cosas necesarias a la gente que viajaba con Nicuesa, y en otra misiva de la misma fecha disponía que los citados oficiales guardasen y cumpliesen el asiento que se había tomado con Nicuesa, Ojeda y Juan de la Cosa.
Muy pronto los diligentes funcionarios se pusieron manos a la obra. La primera tarea y quizás la más difícil consistía en reclutar los barcos necesarios para el envío de las remesas solicitadas por los colonos de La Española.
Es sabido que en estos tempranos años la escasez de efectivos navales constituía un mal endémico incluso en aquellos países de larga tradición marítima y lo mismo podría decirse respecto a los hombres de mar.
Se deciden por comprar las naves
Por eso, los oficiales de la Casa ante la disyuntiva de fletar las embarcaciones o comprarlas a los armadores, optaron por esta última. Se decidió comisionar a Juan de la Cosa, que disponía de buenos contactos en el litoral del vecino reino portugués, para llevar a cabo esta misión y hacia allí se dirigió el piloto con una carta de recomendación del monarca a comienzos de enero de 1509. Tres meses más tarde, Juan de la Cosa ha regresado a Sevilla.
El 15 de abril lo encontramos en el muelle de las Muelas con dos carabelas latinas conseguidas en Lisboa. La de mayor porte era La Concepción de Nuestra Señora y había sido adquirida a Andrés González por 90.000 maravedís.
La carabela menor, llamada Santa Ana Rosa, era propiedad del también armador portugués Juan Castaño y costó casi la mitad que la anterior (47.000 mrs.). Sin perder tiempo, ambas embarcaciones fueron preparadas para la larga travesía atlántica: se las hizo redondas, sustituyéndoles las velas latinas originales y luego fueron sometidas a diversas labores de carpintería hasta ponerlas a punto.
El maestre y piloto de la mayor era Diego Delgado, natural de Palos, mientras que al frente de la menor viajaba otro paleño llamado Alonso Enríquez. Se completó también la dotación de las carabelas.
Alguien consideró que una tripulación de diez hombres por barco resultaría suficiente para aquella ocasión, de lo cual deducimos que se trataba de embarcaciones pequeñas; probablemente la carabela mayor no debía superar los cincuenta toneles.
Por último, los oficiales de la Casa adquirieron todo lo necesario para el viaje: bizcocho, vino, tocino, aceite y otros productos alimenticios ya habituales en la navegación trasatlántica e incluso mesas y manteles para los oficiales de los barcos.
Los últimos refuerzos antes de zarpar
Ya en Sanlúcar, y antes de que las naos zarpasen, el alguacil de la Casa, Lorenzo de Pinelo, proporcionó a las dos carabelas nuevos refuerzos: otras dos botas de vino, dos quintales de bastina, así como carne, aceite y candelas. El tesorero Matienzo anotó en sus libros de cuentas que la compra de las dos carabelas, su equipación, abastos y sueldo de la gente de mar, así como la «cargazón» enviada a los oficiales de La Española, había supuesto un desembolso a las arcas reales de 1.310.485 maravedís.
Mientras los oficiales de la Contratación se afanaban en Sevilla en los preparativos de las dos carabelas que iban a ser enviadas con refuerzos a los colonos de Santo Domingo, realizaban al mismo tiempo todas las compras necesarias para el viaje de Diego de Nicuesa a la Tierra Firme, que quedaron fielmente reflejadas en el libro de cuentas del tesorero Matienzo con esta anotación:
“Cuenta del costo de los mantenimientos y armas y pasaje que se dan a Diego de Nicuesa, gobernador de Veragua, por sí y en nombre de Alonso de Ojeda, gobernador de Urabá, por virtud de una capitulación fecha entre Su Alteza y los dichos gobernadores, cuyo traslado está en el libro de traslados de Urabá e Veragua, que comienza en la primera hoja que es sobre la población de la Tierra Firme”
Tesorero Matienzo de la casa de la contratación.
Una vez más, nos hallamos en presencia de una empresa privada con una importante cobertura estatal, la Corona concedió para la expedición generosas partidas de víveres, animales y armas, y subvencionó el pasaje y la alimentación de un contingente que inicialmente se preveía que podía alcanzar, como se dijo, a un total de ochocientos hombres.
Provisiones para 800 hombres
A finales de mayo de 1509, el flamante gobernador de Veragua se hizo cargo de las remesas de alimentos para sus expedicionarios. Como era habitual en los cálculos del abasto de cualquier tripulación y pasaje, lo primero que se contemplaban eran las raciones de pan y vino, pues ambas constituían la base fundamental en la dieta de cualquier viajero.
El doctor Matienzo había comprado al mercader Martín de Lizarraza 212,5 quintales de bizcocho, cien para el sustento durante cuarenta días de los doscientos hombres que viajaban a cuenta de la Corona, desde Sevilla a La Española y desde allí a la Tierra Firme, a razón de 20 onzas (575 gramos) de pan a cada uno por día, que era lo usual en el rancho de la marinería.
Los oficiales tenían conocimiento de que el viaje entre Santo Domingo y la Tierra Firme podía durar unos quince días y para este tiempo calcularon los abastos de los otros 600 hombres, que serían reclutados en la isla, y en los que se emplearían los 112,5 quintales restantes del material que suministraron los bizcocheros Diego de Granjeda y Juan de Mojados, ya amasado y cocido. Seguramente el vino adquirido para la flotilla de Nicuesa procedía de Manzanilla (Huelva), pues sabemos que las
1.594 arrobas y dos azumbres fueron transportadas por la vía de las «Nueve Suertes». El cálculo de las raciones de vino fue realizado con extraordinaria generosidad y al igual que en el caso anterior se contempló la duración de los dos trayectos del viaje: Sevilla-La Española (para 200 hombres) y desde aquí a la Tierra Firme (para 800).
Un litro de agua y dos de vino y día
En el tiempo de las navegaciones oceánicas las tripulaciones de los barcos solían recibir un litro diario de vino y dos de agua para su viaje. En esta ocasión, los hombres de Nicuesa recibieron nada menos que tres cuartillos por día, es decir, litro y medio de vino.
Además Matienzo proporcionó a Nicuesa 3.800 libras de carne, calculadas a razón de media libra diaria (228 gramos) para cada hombre, que habrían de alternarse con otras 4.700 libras de pescado distribuidas en una porción similar, así como dos cahices de habas y garbanzos, 12 quintales de queso, 21 arrobas de aceite, 116 arrobas de vinagre de Cazalla de la Sierra (Sevilla) y una cantidad no precisada de ajos.
Parte del aceite y del vinagre procedían de una partida que estaba almacenada en la Casa y que había sobrado de la proyectada armada de la Especiería. Los futuros pobladores de la Tierra Firme recibieron también un nutrido repertorio de armas ofensivas y defensivas, así como munición en cantidad: en concreto cuarenta quintales de pólvora que fueron adquiridas al lombardero Maestre Cristóbal para la artillería de las cuatro fortalezas proyectadas en la defensa del nuevo territorio.
Provisiones y armamentos
Para los hombres que debían ir a la tierra firme.
Producto | Cantidad | Precio | Total |
Bizcocho | 212,5 quintales | 25 mrs./quintal | 5.312,5 mrs. |
Vino | 1.594 arrobas y 2 azumbres | 45 mrs./arroba38 | 92.316 mrs.39 |
Carne | 3.800 libras | 5,5 mrs./libra | 20.900 mrs. |
Pescado | 4.700 libras | 5,5 mrs./libra | 25.850 mrs. |
Haba y Garbanzo | 2 cahices | 3 reales/fanega | 2.448 mrs. |
Queso | 12 quintales | 140 mrs./arroba | 6.620 mrs. |
Aceite | 21 arrobas | 2.442 maravedís | |
Vinagre | 4 pipas (116 arrobas) | 4.184 mrs. | |
Ajos | 500 maravedís | ||
Pólvora | 40 quintales («para las cuatro fortalezas») 388 libras (compradas en Bilbao) 50 libras (para espingardas; también en Bilbao) | 1.700 mrs./quintal | 69.900 mrs.40 9.700 mrs. 1.700 mrs. |
Pelotas | 32 | 768 mrs. | |
Coseletes | 400 (comprados en Marquina) | 320.000 mrs. | |
Petos | 400 (comprados en Marquina) | 194.000 mrs. | |
Casquetes | 800 | ||
Baberas | 800 | ||
Tablachinas | 800 (guarnecidas con armas reales, compradas en Bilbao) | 30.400 mrs. | |
Arcabuces | 40 (de 7 palmos de hierro fundido, con sus caballetes) 40 («de la suerte menor, de longor de 7 palmos») | 56.250 mrs. 15.000 | |
Lombardas (grandes) | 16 | 209.652 mrs. | |
Lombardas (medianas y pequeñas) | 80 |
A última hora se acordó que de los 200 hombres reclutados en Sevilla, 150 viajarían a bordo de los barcos de Nicuesa, mientras que los 50 restantes embarcarían en las dos carabelas de Su Alteza adquiridas por Juan de la Cosa en Portugal y que navegaban a Santo Domingo en su compañía.
Los comerciantes vascos Martín de Lizarraza y Nicolás Sánchez de Aramburu se ofrecieron a adelantar el dinero necesario. Finalmente se acordó que estos percibirían 2.250 ducados en tres pagos aplazados: el primero de 450 ducados, una vez certificada la llegada de los 150 hombres a La Española (puesto que los 50 restantes viajaban en barcos de la Corona y no percibían pasaje en ese trayecto); el segundo de 900 ducados, cuando el total de los 800 hombres (200 más 600) zarpase desde Santo Domingo, y el tercero, de otros 900 ducados, cuando se tuviese constancia de que la expedición había llegado finalmente a su destino.
Barcos, prestamistas y mercaderes en la flota
El primero y principal objetivo de Nicuesa consistió en hacerse con un número de barcos suficientes. No resulta tarea fácil porque la nutrida flota de Santo Domingo, que acaba de zarpar con el virrey Colón a comienzos de junio de 1509, se había apropiado de los mejores barcos y de los pilotos más expertos.
Aún así Nicuesa era un hombre de recursos y después de numerosos reveses consiguió hacerse con cuatro embarcaciones. La primera que adquiere es la nao San León, también conocida como La Zabra, de unos 115 o 120 toneles de porte, y no la encuentra en Sevilla sino en El Puerto de Santa María. Su propietario es un maestre vasco, natural de Bilbao, llamado Iñigo de Arteche.
El contrato de compraventa realizado el 22 de febrero de 1509 ante el escribano de Sevilla Diego López se firma a conformidad de ambas partes por 400 ducados, a pagar en dos plazos, la mitad con el acta de la escritura y la otra mitad en un pago aplazado.
A continuación y para la citada nao, contrata los servicios del maestre y piloto Juan de Ledesma, avecindado en el barrio sevillano de San Vicente. Las otras dos embarcaciones adquiridas por Nicuesa son dos carabelas. Se trata de la Santiago, maestre Andrés García Niño, vecino de Moguer y la Santa María del Cabo, maestre Pedro de Umbría, paisano del anterior.
La última de las embarcaciones es una nao de 120 toneles, llamada La Trinidad, y para ella el 8 de agosto Nicuesa contrata como maestre a Juan Farfán, otorgándole al mismo tiempo poderes para que admita tripulación y mercancías.
La flotilla de Diego de Nicuesa del 4 de septiembre de 1509
Tipo de barco | Nombre | Maestre |
nao (115 o 120 toneles) | San León (La Zabra) | Juan de Ledesma |
carabela | Santiago | Andrés García Niño, vecino de Moguer |
carabela | Santa María del Cabo | Pedro de Umbría, vecino de Moguer |
nao (120 toneles) | La Trinidad | Juan de Farfán |
El procurador de los vecinos de Santo Domingo y compañero de Nicuesa, bachiller Antonio Serrano, quien durante su estancia en la capital hispalense se hace llamar licenciado, adelanta su regreso a las Indias, pues viaja en el mes de junio acompañando al virrey Diego Colón.
No obstante, tiene tiempo para cargar mercancías en la flota de su amigo Diego de Nicuesa y en sociedad con este. Todos ellos envían a vender a las Indias telas, vino, materiales de construcción (ladrillos), ganado y otros muchos y variados objetos.
También consta que se embarcaron en la flotilla del gobernador de Veragua 50 esclavos negros, 40 yeguas y otros tantos caballos, en virtud de la licencia concedida por el monarca para la expedición.
Entre los mercaderes implicados en el negocio atlántico destacan genoveses y burgaleses. Es sabido que solamente un mercader genovés, Bernardo Grimaldi, desde su naturalización en 1507, puede legalmente tratar con las Indias.
Pero en esta ocasión, como anteriormente en la flota del virrey Colón, la presencia genovesa es bien manifiesta lo cual, demuestra que estos no tuvieron dificultades para intervenir en el comercio con América.
Aquí y allá encontramos involucrados en la flota de Nicuesa a los más famosos genoveses de aquella época: los Grimaldi, Doria, Spínola, Centurión, Cattaneo y otros. Sin olvidar la participación como proveedor de mercancías del famoso mercader inglés Thomas Malliard, cuyos negocios en la Sevilla del XVI fueron importantes.
La expedición de Tierra Firme
El 4 de septiembre de 1509 la flotilla de la Tierra Firme y los dos barcos que iban en conserva con las remesas de Santo Domingo zarpaban desde Sanlúcar de Barrameda. A bordo iban los 200 hombres a los que el soberano dio licencia para marchar.
Un buen grupo procedía de la localidad sevillana de Écija. Hacía poco que el virrey Diego Colón había abandonado la capital hispalense, rumbo a La Española, con su flota de nueve naves y un numeroso contingente, y es probable que Diego de Nicuesa tuviera dificultades para reclutar a su hueste. En el mes de julio los preparativos se vieron acelerados.
A modo de anécdota, Nicuesa contrata en este mes a Juan García, un herrero de Sanlúcar la Mayor (Sevilla) para servirle durante tres años en la provincia de Veragua, para lo cual este se compromete a llevar consigo «su fragua y herramientas en la armada que marcha a poblar la Tierra Firme».
A última hora, en agosto de 1509, y en vista de que en la capital hispalense no consigue hacerse con la gente necesaria, comisiona a un labrador de Écija, llamado Juan Carmona, para que contrate en su localidad de origen hasta cincuenta personas dispuestas a acompañarle en aquella aventura.
Écija y su compromiso con el Nuevo Mundo
El flujo migratorio de los ecijanos a las nuevas tierras parece que no cesa. Meses atrás el alcalde mayor del virrey Colón, Marcos de Aguilar, acababa de reclutar también en Écija a un buen número de vecinos y familiares, entre ellos su pariente Jerónimo de Aguilar, quien aún desconocía lo que el destino le tenía reservado.
Como ya vimos, los flamantes alcaides de las fortalezas de la Tierra Firme fueron distinguidos al mismo tiempo con el oficio de veedores de los rescates en sus respectivos territorios. Ambos retrasaron su partida y no viajaron en la flotilla que llevaba a Nicuesa a Santo Domingo. Alonso de Quiroga, el desig- nado para la gobernación de Urabá fue el primero en zarpar, probablemente en diciembre de 150967. Llevaba su yegua y se hacía acompañar por un es-
Tras la muerte de Juan de la Cosa
A la muerte del famoso piloto, acaecida en las costas de Cartagena en noviembre de 1509, la Corona concedió a su viuda Teresa una ayuda para el casamiento de la hija de ambos de clavo negro y por su criado Lorenzo, que era natural de Zalamea la Real (Huelva).
El nombramiento de Silvestre Pérez como alcaide de las fortalezas de Veragua no se produjo hasta 1510, de manera que no pudo abandonar Sevilla hasta la primavera de ese año.
Lo hizo en la nave del maestre Juan de Camargo, e iba acompañado de varios criados, uno de ellos se llamaba Antonio de Gamboa y era natural de Hita. Juan de Caicedo (Quicedo) el flamante veedor de las fundiciones de la Tierra Firme por nombramiento firmado en octubre de 1508 estaba avecindado en Sevilla y viajó a las Indias junto a su esposa Inés de Escobar.
Por último, como teniente de Lope de Conchillos, el poderoso secretario del rey, que ostentaba en aquellos años el oficio de la fundición, marcación del oro de las Indias (compartido con su compañero Miguel Pérez de Almazán), así como la escribanía mayor de minas, fue nombrado un anónimo Pedro Mir, de quien no se conserva noticia alguna en el Darién. Finalmente la expedición «para la población de la Tierra Firme» costó a la Corona algo más de dos millones de maravedís.
Las deudas le estaban esperando
También para el nuevo gobernador de Veragua la aventura que ahora emprendía le había supuesto un considerable desembolso. Abandonó el muelle de las Muelas, agobiado por los requerimientos de los acreedores y por innumerables deudas, gran parte de las cuales nunca pudo devolver, pues la muerte lo esperaba poco tiempo después en medio del océano.
Ya de camino a Santo Domingo y cuando se encontraban a unas doce leguas de la isla de San Juan, los barcos de Nicuesa recibieron orden de hacer escala en la isla de Santa Cruz y luego en el mismo San Juan para saltear indios. Seguramente el gobernador pensaba resarcirse con el producto de este tráfico inhumano de parte de las deudas contraídas en España.
La ranchería fue devastadora: doscientos indios fueron capturados y luego vendidos como esclavos en Santo Domingo. El fraile Las Casas cuenta que la llegada a La Española de este nuevo cargamento humano provocó un gran escándalo entre los vecinos, y aunque no era cierto, Nicuesa se justificó diciendo «que trajo licencia del rey para hacerlo». Cuando estos hechos llegaron a oídos de la Corona fueron severamente reprobados dándose orden de restituir todos ellos a sus tierras.
El Virrey Diego de Colón y la gobernación del Darien
Desde el momento en que se conocieron las capitulaciones para la conquista de Veragua y Urabá la actitud del virrey Diego Colón fue abiertamente opuesta. Se habían violado los privilegios de su padre sobre aquellas tierras que él mismo había descubierto.
¿Cómo iba a consentir que un intruso se beneficiase de aquella gesta? Y no solo era Veragua, también la isla de Jamaica, descubierta por el Gran Almirante, había sido concedida a dos intrusos. Por esto don Diego hizo cuanto pudo para adelantarse a lo que ya eran hechos consumados. Intentará oponerse primero en la corte y al no conseguir sus propósitos proseguirá luego en Santo Domingo.
Nada más ajustado a los hechos que aquellas palabras premonitorias del virrey: «sea Dios testigo que si no va por mano de Su Alteza y de quien en La Española reside, que nunca harán fruto». Por lo pronto, se dedicó a estorbar el apresto de la flota de Tierra Firme y por mano de su alcalde mayor retrasó cuanto pudo la salida de Diego de Nicuesa hacia Veragua, moviendo a los acreedores para que le embargasen sus bienes e impidiesen la partida.
Y por si esto fuera poco, ordenó desposeerle de su encomienda de indios contraviniendo abiertamente lo dispuesto por la Corona. Al mismo tiempo, determinó emprender por su cuenta la conquista de Jamaica, enviando por a su teniente al hidalgo sevillano Juan de Esquivel al frente de una expedición pobladora de 60 hombres, bien equipados y en continuo contacto con Santo Domingo.
Ojeda no lo tuvo más fácil
Alonso de Ojeda tampoco lo tuvo fácil. Cuenta Las Casas que el flamante gobernador de Urabá, agotado por tantas deudas y desesperado por la obstinación del almirante, montó en cólera y aunque no podía hacer nada para evitar que Esquivel y sus hombres cumpliesen las órdenes del virrey, se dirigió al puerto y con el puño en alto, mirando a los ojos a Esquivel, le dijo «que juraba que si entraba en la isla de Jamaica, que le había de cortar la cabeza».
La amenaza no surtió el efecto deseado. Muy pronto Juan de Esquivel ponía rumbo a Jamaica con una pequeña flotilla de sesenta hombres con la intención de conquistarla y poblarla.
El Almirante se negó también con firmeza a acatar las órdenes de la Corona e impidió la recluta de los otros seiscientos hombres, avecindados en Santo Domingo, que contemplaba el asiento de Burgos. Solo permitió la salida de doscientos vecinos, alegando que si consentía en este éxodo masivo la isla quedaría despoblada y su economía en ruinas.
La cédula de la Reina Juana de Castilla
Una Real Cédula de la reina Juana dirigida a Diego Colón, fechada en Madrid el 28 de febrero de 1510, autorizaba lo dispuesto por el virrey:
«ya sabéis que en cierto asiento y capitulación que el rey, mi señor e padre, mandó tomar con Diego de Nicuesa e Alonso de Ojeda sobre la población de la Tierra Firme se les dio facultad que de esa isla Española pudiesen ir seiscientos hombres, los que quisiesen ir con ellos e que estos gozasen de los indios e heredades que tuviesen en la isla Española… he sido avisada que en esto la dicha isla recibiría mucho daño (y por tanto) he acordado que sean en el dicho número de doscientas personas e que los que así pasaren los indios e naborías e haciendas que tuvieren para que gocen de ellos el tiempo que estuvieren en la dicha Tierra Firme si ahí residiesen».
Juana de Castilla
No obstante la soberana admitía que «Si Nicuesa y Ojeda quisieren para completar los seiscientos a otros que no tuvieren vecindad ni indios, dénseles».
De las Casas, que por aquel entonces se encontraba en la isla dice que Nicuesa consiguió embarcar 700 hombres en cinco barcos y dos bergantines, mientras que Ojeda con dos navíos y dos bergantines reclutó solo a 300. Es evidente que ambos exageraban…
Rodrigo de Colmenares, la fuente más fiable
Rodrigo de Colmenares, el teniente de Nicuesa, se constituye, como el informante más veraz. La Corona exponía en una carta que cuando llegó a la Tierra Firme casi toda la expedición había desaparecido, «pues de 800 que pasaron con ambos gobernadores (Nicuesa y Ojeda) no había 300 vivos». En el mismo informe, Colmenares aseguraba que Nicuesa llevaba 580 hombres, luego el grupo de Ojeda solo se compondría de 220.
La versión oficial se contradice con el abultado informe de los cronistas, mientras que los testigos de aquellos días se quejan con angustia de la falta de brazos y de armas para acometer la conquista de aquellas tierras, ante las numerosas bajas causadas en las escaramuzas con los indios.
No debían sobrarles muchos hombres a Alonso de Ojeda cuando este reclama desesperado en 1511 el envío «de algunos malhechores desterrados para la Tierra Firme», porque, según comentaba el monarca (los hombres) «no quieren ir allá a causa del disfavor que el almirante os da».
No obstante, cualquiera podría alegar a favor del virrey que tal desplazamiento humano era el más numeroso de todos los concedidos para La Española en esta década y que llegó en el momento más inoportuno, cuando la economía insular comenzaba a remontar y su población a estabilizarse. De hecho para 1510 se calcula que la isla pudo disfrutar de una población bastante nutrida que alcanzaría según los cálculos más generosos a las diez o doce mil personas, y es sabido que a partir de esta fecha se inicia el proceso expansionista hacia otras zonas del continente y, en consecuencia, la despoblación de la isla.
Diego de Colón no daba su brazo a torcer
No cabe duda de que este nutrido éxodo afectaba negativamente los planes expansivos del virrey. Recordemos que a partir de 1509 se inician los preparativos para reforzar las poblaciones de las islas de San Juan y Cuba y se emprende la conquista de Jamaica.
Hay quien sostiene que Diego Colón no puso tantos impedimentos, sino que incluso apoyaría expediciones como la dirigida por Diego Velázquez. Éste era fiel amigo y protegido del virrey.
En su empecinado forcejeo con la corona, Diego Colón consiguió pequeños retoques a su favor sobre la capitulación de 1508. Y además de reducir drásticamente el número de colonos para la Tierra Firme, obtuvo una cierta intervención sobre los asuntos de Jamaica mediante la facultad de poder nombrar a un veedor «que vigile la gobernación de Ojeda y Nicuesa» en la citada isla.
La última jugada del virrey para controlar la Tierra Firme y someterla a su virreinato tuvo lugar en 1511 cuando al tiempo que reconocía la dudosa autoridad de Vasco Núñez de Balboa, quien merecidamente se había ganado el título del «primer conspirador del Nuevo Mundo», lo nombraba «nuestro gobernador e capitán de la dicha provincia del Darién e que tengáis por nos y en nuestro nombre la gobernación e capitanía de la dicha isla e provincia e juzgado de ella».
El fracaso de la expedición de Diego de Nicuesa
Como es sabido, la empresa encomendada a Diego de Nicuesa en las tierras de Veragua culminó en un rotundo fracaso. Aquella armada de aventureros que felices y confiados había zarpado de Santo Domingo hacía apenas un año, quedó reducida a fines de 1510 a tan solo un puñado de hombres, todos hambrientos y enfermos.
Nicuesa y otros muchos españoles que le acompañaban perdieron la vida en el intento y al final se replegaron hasta el golfo de Urabá buscando refugio en Santa María de la Antigua del Darién. Abandonado el proyecto colonizador, quedaba una frontera abierta, una especie de tierra de nadie, que seguía siendo objeto de reclamaciones por los herederos de Colón.
Para contentarlos la corona concedió a Bartolomé Colón, hermano del virrey, el permiso para que en caso de que quisiera seguir descubriendo, se le permitiese poblar «la provincia de Veragua para que él tenga la gobernación por vos el Almirante y en vuestro nombre conforme a vuestros privilegios e declaración que por los del nuestro Consejo fue hecha de aquella tierra que en la dicha provincia fue descubierta por el almirante vuestro padre e por su industria y no más, con tanto que no exceda de los límites que el dicho almirante descubrió».
Al final Nicuesa y sus hombres tuvieron la peor de las suertes y Colón no quedo satisfecho. Aún tendrían que pasar unos años para que la hispanidad se asentara en tierra firme.
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